martes, 14 de octubre de 2014

Benedetti

Mario Benedetti tenía ojos redondos, oscuros y sonreídos. Debajo de ellos sus parpados inferiores, dos columpios para mecerlos. Los superiores, dos paraguas para los días de lluvia.
Mario Benedetti debe haber llorado en algún columpio mientras escribía alguno de sus poemas.

Tenía un tobogán para respirar y una alfombra blanca para no lastimarse después de esa bajada pronunciada sobre sus labios. Mario Benedetti siempre me habló con su lápiz sobre una hoja que iniciaba en blanco y terminaba convirtiendo mis manos en atril.


Mario Benedetti va y viene. Yo lo leo diferente cada vez, como si al regresar nos comprendiéramos de una manera diferente, como si entendiéramos que necesitábamos ese espacio tanto como necesitábamos encontrarnos nuevamente. Cada vez.

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