jueves, 3 de julio de 2014

Una historia que aún no tiene final

Había que buscarle los momentos y en esos instantes mi corazón se abría a una luz que era maravillosa.
Llegó a mi vida en el año 1959; segunda mitad. Puedo sentir su aroma y me debato entre 4711 y Old Spice. 

Pulcras e impecables manos, finos dedos cubiertos por una piel muy cuidada. Parte de sus herramientas de trabajo. Ojos, azul profundo, pequeños y observadores hacían también parte de su profesión y su encanto. Y la palabra, precisa y breve, suficiente, a su entender (o será a mi entender más bien), para transmitir.

La memoria lo trae a mi brevemente en nuestros primeros años. Ya luego si lo reconozco y aunque difícil, descubrí de a poco las formas de su humor y de su amor.

Cada vez que nos reuníamos en casa le pedíamos que nos contara un chiste y creo que era el único que se sabía pues siempre colocaba sus manos, una para halar la barbilla hacia un lado y estirar el cuello y la otra simulaba que tomaba una navaja de afeitar que pasaría y repasaría su cuello hasta que su rostro ya rojo de tanto reír y nuestras carcajadas, no le dejaran terminar.


Nunca supimos como terminaba el chiste y la verdad no importaba pues nos dio la oportunidad de pedirle que lo contara de nuevo cada vez que nos reuníamos. 


Y sus manos, siempre dispuestas, iniciaban un nuevo acto.