sábado, 3 de mayo de 2008

Recurrencias dominicales

Procuro verles al menos una vez a la semana.

Él cada día más presente, aunque ausente en las palabras que ya pocas veces pronuncia y que en buena parte conforman fragmentos importantes de nuestro pensamiento y nuestra forma de ser y hacer de hoy. Pegamos sus monosílabos y sus amagos de sonrisa, para reconstruir una historia que el mismo tiempo se va tragando. No diré que llegamos tarde a su vida o más bien que llegué tarde; escribo solo en mi nombre. Agradezco haberle conocido y este tiempo breve e infinito.

Ella cada día más sensible. Va olvidando su presente con la misma rapidez con la que recuerda su pasado, no con entusiasmo o siquiera con nostalgia, sino como lo que no puede cambiar. Se repite y se repite con tanta frecuencia que es imposible olvidarla. Siempre ha sido imposible olvidarla, con esos ojos bonitos y melancólicos capaces de predecir los tiempos que se avecinan, o con esos mismos ojos bonitos y alegres que se derraman en abrazos aun antes de abrir la puerta los domingos. Quisiera pedirle que también recordara este presente que se le ofrece hermoso, y las oportunidades, que nunca serán inoportunas. Y que olvidara, en el mejor sentido de la palabra olvido, el dolor que finalmente es algo que deberíamos dejar fuera de la nave que nos llevará a mejores destinos. Que perdonara y olvidara. Que olvidara y perdonara. En el orden que le brinde mayor felicidad.


Pero no son mis recuerdos.