sábado, 24 de agosto de 2013

La bicicleta roja

Ese día encontré una bicicleta roja en el sitio donde siempre me sentaba a descansar de regreso a casa. Allí bajo la ventana donde mamá deja sus tartas de mango para que bañen el patio con ese aroma dulce y ácido que tienen cuando aún no maduran. El dulce se siente al respirar, el ácido arde en los ojos y produce algunas lágrimas que no se pueden aguantar, como esas que provocan el dolor profundo de la pérdida. Tenía una nota pegada al asiento y decía: RECUERDA NUESTRA CITA.


Teníamos un terreno suficientemente generoso como para una siembra de frutas y hortalizas que vendíamos en los pueblos cercanos y que ponían color a las fotos de los viajeros que paraban en la estación del tren, la cual por alguna razón que no había entendido, había sido construida muy cerca de nuestro terreno que ya estaba bastante lejos de todo. Aunque cerca a la vista, llegar a la estación, aún corriendo, era un buen trayecto.
No pasaba en un día fijo excepto los sábados, pero si a la misma hora y podía distinguirse su proximidad por el humo de la chimenea. Los sábados se detenía a tomar pasajeros que iban a la ciudad. Los vagones dibujaban un horizonte a esa hora, el sonido del silbato era un aviso para la merienda. Reducía la velocidad y el corpulento conductor gritaba su saludo en un idioma para mi desconocido, retiraba el sombrero de la cabeza para inclinarla sin tropezar y luego volteaba hacia mi guiñando un ojo y sonriendo. Todo ocurría como en la cámara lenta de una película que no me cansaba de repetir. Cada tarde iba a la estación esperando que sucediera.
Esa tarde, sin embargo, deseaba recostarme en la grama mirando al cielo y así lo hice. Busque un poco de agua para refrescarme, enjuagué mi rostro, mis manos. Me dispuse a recibir el sol y esperar.
Teníamos una cita. Había tenido un sueño en el que me decía que hoy nos veríamos. Siempre me decía -Descansa chiquita, nos vemos en los sueños.
Mis ojos empezaron a cerrarse y su mano acariciando mi cabello me recordó que hoy nos veríamos. Desperté, sintiendo que allí había estado. Al abrir los ojos vi el humo del tren, comprendí donde era la cita y calcule que corriendo no llegaría. 
Recordé la bicicleta roja y supe quien la había dejado allí. Pedaleé con todas mis fuerzas, hoy no era sábado y apenas podría llegar a la estación. 
Desde el anden pude ver que se trataba de un nuevo conductor quien ya había gritado el mismo saludo y retirado su sombrero. Levantando su cabeza después de inclinarse,  volteó hacia mi. Esta vez luego de un guiño, reconocí sus ojos azules de siempre, una sonrisa y su mano invitándome a un proximo encuentro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que relato tan maravilloso y estraordinario, puedes usar la foto de la bicicleta roja cuando quieras, yo estaría orgulloso de que ilustraras tu relato con mi bici roja.

Un beso grande.

PD. Me encantaría ser conductor de tren para tener una cita contigo. (Te quiero).

Miguel P.