Luisa, la dueña de la pequeña tienda lo vio salir muy deprisa por la puerta central del segundo vagón, que como cada día paraba justo al frente a su venta de periódicos y comidas listas para salir, como las llama. Otras personas también salieron del vagón y corrían casi con la misma prisa.
Era extraño que no se hubiera detenido como solía hacerlo a esa hora. Siempre la saludaba con un abrazo y llevaba su cafe negro americano y un bagel. Ese día ella lo tenía todo listo en una pequeña bolsa de papel. También era curioso que llevara su ropa desarreglada. La camisa fuera del pantalón parecía manchada, su cabello un tanto despeinado. Su rostro no llevaba la expresión de siempre.
Salió al anden llamándole pero el no la escuchó, no tenía tiempo para escucharla. Todo esto ocurrió en instantes y Luisa no se percató de los gritos de auxilio que provenían del tren.
Un hombre yacía gravemente herido en el piso del segundo vagón. Un pequeño lloraba junto a el mientras otros trataban de ayudarle.
- fue el hombre de la camisa a cuadros. Todos decían.
Su piel se erizó y sus ojos se llenaron de horror, cuando vio a los policías traer al hombre de la camisa a cuadros, minutos después, con las manos esposadas a su espalda.
Antes de entrar en el tren para ser reconocido, se detuvo frente a ella y bajó la cabeza.
Desde el anden, Luisa miró a su hijo entrar al vagón.
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