Ayer en Venezuela desayunamos con Uribe. Si con Álvaro, el Presidente de la República de Colombia, sin adjetivos de alguna otra innecesaria índole.
Y el desayuno fue continental, no por los panecillos, la mermelada, el jugo de naranja y café (este último si estuvo en el desayuno y tenía un sabor diferente, ni mejor, ni peor, solo diferente), sino porque sus palabras, respetuosas, elegantes pero sobre todo contundentes, aun recorren cada uno de los caminos que enlazan nuestro pensamiento con nuestros corazones, nuestra casa con la del vecino, con el vecindario, con la comunidad, con la ciudad, con el país, con la fronteras, todas esas líneas invisibles que nos separan y nos unen, de norte a sur, de este a oeste.
Allí estuvimos, negros y rubios, amarillos, morenos, indios, el multicolor que nos caracteriza, escuchando sobre dignidad y dignificándonos como ciudadanos, recordando que tenemos un rol importante que desempeñar en los próximos días, pero sobretodo en los siguientes, pues no estamos acostumbrados a la reconstrucción consciente. Otros se han encargado de restablecer "el orden y la paz" y luego nosotros, en rol pasivo, nos hemos dedicado a criticar o sencillamente a observar desde nuestros balcones como la vida pasa al frente de nuestras narices, sin siquiera presentir el aroma de sus consecuencias.
No importa en que geografía este nuestro cuerpo o nuestra mente, lo que está ocurriendo nos toca, el tiempo no es infinito, pero lo tenemos. Recuperemos en principio la voluntad de orientar nuestra decisión hacia el ejercicio autónomo de construir un destino colectivo que nos pertenezca; que de verdad sea nuestro, de todos. El proceso está herido, lo suficiente para que la consciencia del pueblo nos regrese a un camino de construir juntos.
Y el desayuno fue continental, no por los panecillos, la mermelada, el jugo de naranja y café (este último si estuvo en el desayuno y tenía un sabor diferente, ni mejor, ni peor, solo diferente), sino porque sus palabras, respetuosas, elegantes pero sobre todo contundentes, aun recorren cada uno de los caminos que enlazan nuestro pensamiento con nuestros corazones, nuestra casa con la del vecino, con el vecindario, con la comunidad, con la ciudad, con el país, con la fronteras, todas esas líneas invisibles que nos separan y nos unen, de norte a sur, de este a oeste.
Allí estuvimos, negros y rubios, amarillos, morenos, indios, el multicolor que nos caracteriza, escuchando sobre dignidad y dignificándonos como ciudadanos, recordando que tenemos un rol importante que desempeñar en los próximos días, pero sobretodo en los siguientes, pues no estamos acostumbrados a la reconstrucción consciente. Otros se han encargado de restablecer "el orden y la paz" y luego nosotros, en rol pasivo, nos hemos dedicado a criticar o sencillamente a observar desde nuestros balcones como la vida pasa al frente de nuestras narices, sin siquiera presentir el aroma de sus consecuencias.
No importa en que geografía este nuestro cuerpo o nuestra mente, lo que está ocurriendo nos toca, el tiempo no es infinito, pero lo tenemos. Recuperemos en principio la voluntad de orientar nuestra decisión hacia el ejercicio autónomo de construir un destino colectivo que nos pertenezca; que de verdad sea nuestro, de todos. El proceso está herido, lo suficiente para que la consciencia del pueblo nos regrese a un camino de construir juntos.