Era sábado. Era 15. Era noviembre.
Cumpleaños de mi amigo Edgar quien se empeña cada año en emparejarse con mi edad, pero que va siempre será menor. Ahora que lo pienso, me resulta difícil imaginar que haya transcurrido un lapso mayor a 3 meses antes que nos contactemos de alguna manera o al menos pensemos en el otro, quiero decir el uno en el otro.
Este sábado del año 2008, los planes como en mucho tiempo eran cada quien por su lado. Esta estrategia nos ha dado una oportunidad infinita de encuentros y en cuentos.
Esa noche ella pidió, gente querida, una noche íntima, comida en casa (por cierto Teresa, así se llama, prepara unos hervidos inolvidables para los domingos, dignos de la reseña de cualquier sibarita), música en vivo y mas nada.
Y así fue, mas o menos.
Llegamos un poco tarde, pero justo antes que empezara el concierto. Porque eso fue. Juan Carlos, alguien a quien ya había escuchado cantar previamente, nos entretuvo con la música de la casa, de Venezuela y también de otros países de Latinoamerica. Canciones que sabíamos y repetimos sin importar que cantaramos en tonos diferentes, o desafinados o simplemente no supieramos cantar. Canciones de cuyas estrofas solo conocíamos el final y entonces también las repetíamos y otras que apenas empezaban a formar parte de nuestro repertorio de escuchahabientes. Eso realmente no importaba, todo sonaba bien. Estábamos felices.
Maracaibo en mi vida.
¡Es buena parte de quien soy!
Y los ojos de María te reciben en la puerta de La Heladería
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