jueves, 30 de octubre de 2008

Anaranjado

Abre los ojos, sacude sus pestañas y se despereza cuando aun está un poco oscuro para despertarme; entra suavemente en mi cama, acaricia mi almohada y mis cabellos; dulcemente me muestra que vale la pena sacudir la vista y no perderme los naranjas de la mañana aun cuando la lluvia haga promesas tempranas.

Me anima con su calidez a levantarme y procurará radiante y paciente mi regreso. No me requiere durante todo el día, no me llama; presiento que otras le ocupan. No me es extraño compartirle e incluso llegar a casa y saber que no le encontraré; que no le sabré hasta que ante un nuevo amanecer, inexorablemente abra sus ojos, sacuda sus pestañas, se desperece y suavemente, cíclicamente, me invite a un nuevo día.

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