La cremallera cómo si se tratase de la propia columna vertebral.
Baja suavemente, hasta el punto donde la última vértebra lumbar se encuentra con el sacro. Allí, conforma un pequeño cuenco en el que diminutas gotas de lluvia, truenos y niebla, luego de rodar por un estrellado paraguas nocturno, caen antes de continuar su viaje hacia el mar.
Olas pequeñas o grandes, no lo sé bien, le bañan mientras espera la llegada de la luz del día como su deseada compañía.
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